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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 6:11 pm

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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 6:21 pm

La relación del señor de un castillo con las personas que vivían en el entorno se basaba en el beneficio mutuo. Protección a cambio de pagos, principalmente. De todos modos, el señor también disponía de algunos elementos y derechos por lo que los campesinos pagaban de un modo u otro. Para estos la taberna, el puente o alguna puerta de acceso eran muy útiles y pagaban por su uso al señor.

Así tenemos los derechos de pontazgo que se pagaban para poder usar un puente propiedad del señor o los derechos de portazgo, para poder atravesar una puerta. Como vemos, era una forma básica y simple de cobrar impuestos. Para cruzar con el ganado por el monte, se debía pagar por el derecho de montazgo y si se quería vender vino, a rascarse la bolsa tocaba en virtud del derecho señorial de colodrazgo. Derecho de barcaje para usar una barca del señor o incluso el derecho de castillería obligaba a pagar por el simple hecho de pasar por los aledaños del castillo.

Todos estos derechos señoriales le suponían importantes ingresos al señor. Podrían ser abusivos, pero parecen lógicos en muchos casos. En cambio había algunos otros derechos que, al menos en la mentalidad actual, no son aceptables. Por ejemplo, el derecho de mañería que permitía al señor quedarse con los bienes de aquel que moría sin descendencia. La saca, que obligaba a pagar por sacar grano de los límites del señorío. El privilegio de corral, que permitía al señor llevarse cualquier animal del corral del campesino. Estos son sólo algunos ejemplos.

No nos olvidemos del derecho de pernada, que daba potestad al señor para yacer en la noche de bodas con la recién casada. Aunque no está del todo probado que se llevara a cabo de manera habitual y es posible que se confunda con algún ritual.
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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 6:22 pm

Habitualmente, después de un tiempo de asedio a un castillo llegaba el momento del asalto al mismo. Si el asedio no había cumplido el objetivo de rendir el castillo, había que echar mano a las armas de asalto. También es cierto que en ocasiones no había asedio y se pasaba directamente al asalto. Haremos un repaso rápido, mucho más extenso en el libro “Vivir en un castillo medieval”, sobre los tipos de asalto.

Durante el propio asedio y para abrir un hueco en el lienzo de la muralla, comenzaban a utilizarse los ingenios militares de la época para el lanzamiento de proyectiles: catapultas, trabucos… En la mayoría de las ocasiones se lanzaban piedras, pero también objetos incendiarios, en este caso no contra el lienzo sino dentro del propio recinto amurallado.

Otra forma de franquear la muralla y de permitir el asalto, era derrumbar los propios muros. Para ello se utilizaban las llamadas minas; túneles que se escarbaban hasta situarse bajo la misma muralla. El túnel se sostenía con puntales de madera que una vez llegado el momento eran retirados, hundiendo la defensa al desaparecer, literalmente, el suelo sobre el que se sustenta.

Otro método de asalto, arriesgado y costoso en vidas a pesar de los métodos de protección empleados, era el ataque directo a la puerta del castillo. La puerta era el punto más débil de todo el perímetro y se intentaba aprovechar tal cosa. Usando arietes, también llamados carneros, se golpeaba la puerta hasta echarla abajo. En esta operación el atacante se exponía mucho, y por ello se crearon las denominadas tortugas y gatas (que podéis ver en el glosario de castillos), que eran arietes con protección.

Hemos visto métodos de asalto haciendo un hueco en la muralla, derrumbándola con un ataque por debajo, intentando atravesarla por la puerta, pero no olvidemos que también podemos intentar superarla por encima. Este tipo de asalto se hacía usando escalas para trepar por el lienzo o usando ingenios como las torres de asalto.

Por encima, por debajo y a través. Siempre un camino duro y costoso en vidas. Por lo tanto, la opción más sencilla, y no la menos común, era buscar algún traidor o aliado dentro del castillo que facilitara de algún modo el acceso al mismo. Ya tratamos en su momento el uso de las denominadas puertas de la traición.
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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 6:25 pm

Una orden de caballería medieval, como pueden ser los templarios o la orden de Calatrava, a la que corresponde exactamente lo que vamos a narrar, tenía una organización que permitía su gestión y gobierno. La orden estaba dividida en encomiendas, que eran territorios gobernados por un comendador y que habitualmente tenía un castillo o convento como centro neurálgico.

En el caso de Calatrava había dos comendadores mayores, uno para Castilla y otro para Aragón, que eran los máximos mandatarios de su zona de influencia. Por encima de ambos, y como máximo responsable de la orden, estaba el maestre. Este jefe supremo de la orden tenía algunos consejeros y ayudantes en su entorno más cercano. Entre ellos, su mano derecha era el clavero, cuya responsabilidad más importante era guardar y defender el castillo principal de la orden.

Como vemos, había una clara estructura y organización. La orden tenía un responsable del custodio de las reliquias y demás objetos de valor: el sacristán. Y también había un puesto para el responsable de las construcciones, al fin y al cabo hablamos de castillos, con el título de obrero mayor. Desde un punto de vista religioso, los frailes soldados de Calatrava solo reconocían como superior a su prior y por encima de este, el Papa.
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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 6:27 pm

Hay una famosa frase que reza aquello de “nada une más que un enemigo común”. En ocasiones esto es totalmente cierto, pero en otras las rencillas son más fuertes que el odio al enemigo común. Para evitar estos problemas, en la Edad Media, el papado establecía la Paz Universal. Las luchas entre los diferentes reinos y dominios cristianos eran comunes y mantenían ocupados a los ejércitos. Por esto, cuando la Iglesia decidía que era el momento de unirse contra un enemigo común, es decir, cuando había llegado el momento de hacer una cruzada, se prohibían las luchas entre cristianos. Todos los cristianos unidos, temporalmente, contra el “infiel”, fuera en Tierra Santa o fuera en la península Ibérica, en plena reconquista.

El papado proclama la Paz Universal y esto prohibía combatir entre creyentes para así no desgastar fuerzas y recursos que debían ser aprovechados en una guerra por Dios. Se anunciaba en todas las iglesias de la cristiandad y así el que infringía aquella norma estaba enemistado con el representante de Dios en la tierra. Algo muy importante en aquellos tiempos. Por otro lado, luchar en la cruzada significaba indulgencias plenarias, lo que suponía otro aliciente.

Por decirlo todo, sospecho que esta Paz Universal en muchos casos no era más que una paz temporal y que en otros no fue tan efectiva como el papado hubiera deseado. En cualquier caso, tenía su utilidad y su sentido común detrás.
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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 6:30 pm

Un castillo estaba pensado para servir de protección y sus elementos de defensa iban desde lo más obvio y claro: unas murallas altas y gruesas, hasta pequeños detalles que podrían ser de ayuda a medida que la batalla por el castillo fuera avanzando. Son muy conocidas las puertas de los castillos; una vez pasada la primera de ellas, el atacante entraba en un pasadizo en el que se le atacaba desde el techo, con líquidos hirviendo o con flechas.

Pero no todas las artimañas son tan obvias. Una vez dentro del recinto del castillo, los atacantes eran obligados a recorrer un determinado camino o pasillo en el que había giros a la izquierda de noventa grados, preparados para que los defensores pudieran repeler el ataque en ese punto. Al girar a la izquierda, el invasor, habitualmente con el escudo en su brazo izquierdo y la espada en el otro, dejaba su flanco derecho al descubierto y se convertía en un objetivo más vulnerable. Un pequeño detalle constructivo que significaba una ventaja para el defensor y podía hacer fracasar un asalto.

En esta línea también tenemos las escaleras de caracol, en este caso ya dentro de los edificios. El defensor luchaba desde arriba y el atacante debía subir las escaleras, combatiendo desde abajo. Estas escaleras giraban hacía la derecha incomodando el uso de la espada al que venía de abajo, obligándole a luchar «de revés». En cambio, el defensor puede golpear con toda su fuerza y sin problemas.
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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 6:32 pm

Las puertas principales de los castillos solían ser considerablemente grandes ya que por ellas debían entrar las mercancías, carros, caballos…, pero había otras. El portillo era una puerta más pequeña y de uso individual, diseñada para el tránsito de personas. Por otro lado, y con el objetivo principal de poder entrar y salir del castillo en caso de asedio, el mismo tenía las denominadas puertas de la traición, también llamadas poternas.

Ocultas en la medida de lo posible, sobre el foso si esta existía, y colocadas en ocasiones a cierta altura en el lienzo del castillo, estas puertas de la traición permitían que salieran del castillo mensajeros en busca de ayuda en caso de asedio, o volvieran espías del exterior, por citar algunos ejemplos. En cualquier caso, la palabra «traición» en el nombre ya denota que en no pocos casos también estas puertas servían como punto débil por el que era tomado el castillo. Un traidor, desde dentro, podía dar acceso de forma sigilosa a algunos hombres y comenzar un ataque «desde dentro». También podía salir sigilosamente a tratar con el enemigo y volver al castillo.

Una de las puertas de la traición más famosas de la historia de España está en Zamora, y es la que usó Vellido Dolfos para acabar con Sancho II en el año 1072. Esta puerta es la que podemos ver en la imagen adjunta.
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Mensaje por jafjaa Mar 31 Mayo 2011, 8:14 pm

La carga de los tres reyes

XLSemanal - 12/7/2010

Ya ni siquiera se estudia en los colegios, creo. Moros y cristianos degollándose, nada menos. Carnicería sangrienta. Ese medioevo fascista, etcétera. Pero es posible que, gracias a aquello, mi hija no lleve hoy velo cuando sale a la calle.


Ocurrió hace casi ocho siglos justos, cuando tres reyes españoles dieron, hombro con hombro, una carga de caballería que cambió la historia de Europa. El próximo 16 de julio se cumple el 798 aniversario de aquel lunes del año 1212 en que el ejército almohade del Miramamolín Al Nasir, un ultrarradical islámico que había jurado plantar la media luna en Roma, fue destrozado por los cristianos cerca de Despeñaperros. Tras proclamar la yihad -seguro que el término les suena- contra los infieles, Al Nasir había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam la España cristiana e invadir una Europa -también esto les suena, imagino- debilitada e indecisa.


Los paró un rey castellano, Alfonso VIII. Consciente de que en España al enemigo pocas veces lo tienes enfrente, hizo que el papa de Roma proclamase aquello cruzada contra los sarracenos, para evitar que, mientras guerreaba contra el moro, los reyes de Navarra y de León, adversarios suyos, le jugaran la del chino, atacándolo por la espalda. Resumiendo mucho la cosa, diremos que Alfonso de Castilla consiguió reunir en el campo de batalla a unos 27.000 hombres, entre los que se contaban algunos voluntarios extranjeros, sobre todo franceses, y los duros monjes soldados de las órdenes militares españolas. Núcleo principal eran las milicias concejiles castellanas -tropas populares, para entendernos- y 8.500 catalanes y aragoneses traídos por el rey Pedro II de Aragón; que, como gentil caballero que era, acudió a socorrer a su vecino y colega. A última hora, a regañadientes y por no quedar mal, Sancho VII de Navarra se presentó con una reducida peña de doscientos jinetes -Alfonso IX de León se quedó en casa-. Por su parte, Al Nasir alineó casi 60.000 guerreros entre soldados norteafricanos, tropas andalusíes y un nutrido contingente de voluntarios fanáticos de poco valor militar y escasa disciplina: chusma a la que el rey moro, resuelto a facilitar su viaje al anhelado paraíso de las huríes, colocó en primera fila para que se comiera el primer marrón, haciendo allí de carne de lanza.


La escabechina, muy propia de aquel tiempo feroz, hizo época. En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los temibles arcos almohades, intentando alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir, que sentado sobre un escudo leía el Corán, o hacía el paripé de leerlo -imagino que tendría otras cosas en la cabeza-, había plantado su famosa tienda roja. La vanguardia cristiana, mandada por el vasco Diego López de Haro, con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga y quedó frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias como la de Madrid fueron casi aniquiladas tras luchar igual que leones de la Metro Goldwyn Mayer. Atacó entonces la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro, sin lograr romper tampoco la resistencia moruna. La situación empezaba a ser crítica para los nuestros -porque sintiéndolo mucho, señor presidente, allí los cristianos eran los nuestros-; que, imposibilitados de maniobrar, ya no peleaban por la victoria, sino por la vida. Junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían como gato panza arriba. Fue entonces cuando Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Jiménez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Luego, picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo a su colega, hicieron lo mismo. Con vergüenza torera y un par de huevos, ondearon sus pendones y fueron a la carga espada en mano. El resto es Historia: tres reyes españoles cabalgando juntos por las lomas de Las Navas, con la exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso. Y el combate final en torno al palenque, con la huida de Al Nasir, el degüello y la victoria.



¿Imaginan la película? ¿Imaginan ese material en manos de ingleses, o norteamericanos? Supongo que sí. Pero tengan la certeza de que, en este país imbécil, acomplejado de sí mismo, no la rodará ninguna televisión, ni la subvencionará jamás ningún ministerio de Educación, ni de Cultura.
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Mensaje por Abelalejandro Mar 31 Mayo 2011, 10:18 pm

jejejejeje, querer es poder....
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Mensaje por jafjaa Miér 01 Jun 2011, 1:51 pm

Si, pero el último comentario ya venía cuando me fusilé el post y hablaba de España, yo jamás diría que México es imbesil, solo sus habitantes Very Happy a los que les quede el saco.
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Mensaje por jafjaa Miér 01 Jun 2011, 2:10 pm

La batalla de Tamarón fue un enfrentamiento militar que tuvo lugar el año 1037 entre las tropas del rey leonés Vermudo III y las del conde de Castilla Fernando Sánchez.
Distintas versiones de los hechos difieren tanto en las fechas (30 de agosto, 1 de septiembre o 4 de septiembre), como en el emplazamiento de la batalla (Tamarón (Burgos) o Támara de Campos (Palencia)). Las crónicas najerense, silense y Chronicon mundi de Lucas de Tuy además de los anales Toledanos, Compostelanos y Castellanos Segundos dan como lugar de la batalla el valle de Tamarón. Las crónicas recogen que la batalla se libró después de que Vermudo pasara la frontera de los cántabros (río Pisuerga) y que tuvo lugar en el valle de Tamarón "super vallem Tamaron", y Tamarón es el actual pueblo de Burgos que se halla en el marcado valle que forma el arroyo de Sambol. Támara, que nunca fue llamada Tamarón, no está situada en ningún valle. Es con De rebus Hispaniae de Jiménez de Rada donde viene la confusión, ya que dicho autor situaba la batalla junto al río Carrión, donde se encuentra relativamente cerca la villa de Támara (Palencia).
Los orígenes de la batalla tienen como escenario la Tierra de Campos, los territorios entre el Cea y el Pisuerga disputados entre León y Castilla desde el siglo IX. Dicha zona había sido incorporada a Castilla en tiempos de Sancho III el Mayor, y Vermudo quería recuperarlas. Fernando I, por su parte, consideraba esa zona como dote de su esposa Sancha, hermana del rey leonés que se había casado con Fernando I.
Las tropas de Fernando I ayudadas por las de su hermano, el rey de Navarra García Sánchez, vencieron a Vermudo que perdió la vida en la batalla, supuestamente a manos de siete enemigos cuando se adelantaba a sus huestes en busca del conde castellano. Autopsias realizadas en el siglo XX demuestran que sufrió una cuarentena de heridas de lanza, muchas de ellas en el bajo vientre, comunes en otros caballeros medievales una vez desmontados. Por otra parte, el número de heridas pone de manifiesto la saña con la que fue desmontado y matado en mitad de la lucha al caer en medio de las filas enemigas.

...pero la muerte, lanza en ristre, que es criminal e inevitable para los mortales, se apodera de él (Vermudo) y le hace caer de la carrera de su caballo; siete caballeros enemigos acaban con él. García (rey de Navarra) y Fernando presionan sobre ellos (los leoneses). Su cuerpo es llevado al panteón de los reyes de León. Después, muerto Vermudo, Fernando asedia a León y todo el reino queda en su poder”.

Crónicas de los reinos de Asturias y León, Jesús E. Casariego. Ed. Everest (1985)
Muerto Vermudo sin descendencia, el trono pasó a su hermana Sancha, que cedió los derechos a su marido Fernando I, que se coronó rey de León.
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Mensaje por jafjaa Miér 01 Jun 2011, 2:13 pm

GONZALO TÉLLEZ.

Conde de Lantarón y Cerezo (c.897-c.913). También es nombrado como conde de Castilla en un documento del 903.
Su nombre aparece para la historia en el 897 como conde de Lantarón, abarcando sus dominios desde el río Nervión hasta la Sierra de la Demanda con las fortificaciones de Lantarón, Pancorbo y Cerezo. Desde sus dominios asegura la frontera oriental contra las aceifas sobre todo de la familia Banu Qasi.
En el 899, Alfonso III de Asturias recupera la importante plaza riojana de Grañón, pero tras la derrota de Valdejunquera tiene que ser abandonada. Unos años después, en el 904, Alfonso III asedia de nuevo Grañón sin éxito, ante la acometida de Lope ben Muhammad, aunque logra ocupar y destruir otra plaza fuerte musulmana, Ibrillos. No será hasta el 913 cuando Grañón aparezca ya como fortaleza del reino de León.
En el 912 Gonzalo Téllez fue uno de los tres condes castellanos que alcanzaron la línea del río Duero. Fue el repoblador de Osma.
Aprovechando que en el 912 había muerto el emir Abd Allah y su sucesor Abd al-Rahman III se dedicaba a acabar con los innumerables focos de rebelión, García I de León acudirá a su frontera oriental, a los dominios de Gonzalo Téllez en el 913. Y desde aquí avanzará por La Rioja conquistando Nájera y Calahorra y sitiando Arnedo, que resistió. Sin embargo, las tropas leonesas se retiraron, quizás por una grave enfermedad de García.
Ese mismo año 912, Gonzalo Téllez con su mujer Flamula y la madre y hermano de Fernán González, Muniadona y Ramiro González, fundarón el monasterio de San Pedro de Arlanza, según se desprende en un documento de autenticidad dudosa del cartulario de dicho monasterio.
Su última aparición documental es de 913
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Mensaje por jafjaa Miér 01 Jun 2011, 2:15 pm

Las espadas en el siglo XI se caracterizan principalmente por tener pomo de nuez de Brasil, que duró desde principios del siglo XI hasta el XII. Junto al de forma de “cubre-tetera” era probablemente el tipo más común en la época de la conquista normanda, y utilizada por los soldados ingleses y franceses. Las espadas se guardaban en vainas de madera que a menudo estaban cubiertas de cuero y forradas con lana de piel para mantener la hoja lubricada.
Una pieza metálica protegía la punta, y los ejemplares mas ricos, llevaban a menudo una pieza metálica en la parte superior o un medallón.
En España principalmente las espadas de los siglos XI – XIII eran como la expuesta en el museo provincial de Alava – Vitoria
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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 12:00 pm

LOS AMANTES DE TERUEL


Manos que no se rozan, serenidad profunda
con que un día la muerte vuestro rostro selló.
Dormid, dormid, Amantes: vuestro cuerpo circunda
la tierra turolense que vida y muerte os dio.
Soñad vuestra esperanza, y el amor inmolado,
en un altar de gloria con fuego de dolor.
Dormid, dormid, Amantes, que un pueblo enamorado
hará que en vuestra tumba siempre brote una flor ...
Siempre brote una flor ...

Desde un trono de estrellas que os acoge en el cielo
contempláis el respeto con el que os mira Teruel.
Sois ejemplo perenne, esperanza y consuelo
porque siempre habrá un Diego si existe una Isabel.
En el blanco sepulcro que Teruel ha labrado
con piedra de ilusiones y con cincel de amor,
dormid, dormid, Amantes, que un pueblo enamorado
hará que en vuestra tumba siempre brote una flor ...
Siempre brote una flor .
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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 5:24 pm

EL SEÑOR OSCURO



Mordor



Del
“Silmarillion”






“En esta Edad, como se dice en otra parte, Sauron se levantó de nuevo en la Tierra Media, y creció y regresó al mal en que Morgoth lo había criado, ganando en poder mientras lo servía. Ya en los días de Tar-Minastir, el decimoprimer rey de Númenor, había fortificado la tierra de Mordor y había construido la Torre de Barad-dûr, y en adelante luchó siempre por el dominio de la Tierra Media, para convertirse en rey por encima de todos los otros reyes y en un dios para los Hombres”


“Pero Sauron no era de carne mortal, y aunque había sido despojado de la forma en que hiciera tanto daño, de modo que ya nunca podría lucir una hermosa figura ante los ojos de los Hombres, su espíritu se alzó desde las profundidades, y pasó como una sombra y un viento negro sobre el mar, y llegó de vuelta a la Tierra Media y a Mordor, que era su morada. Se instaló de nuevo en Barad-dûr, se puso el Gran Anillo, y vivió allí, oscuro y silencioso”



De la wiki:



"Tolkien establece que el verdadero nombre de Sauron, era Mairon, o "El Admirable". Y aunque nunca más fue conocido por ese nombre, él continuó llamándose así mismo Tar-mairon, o "Rey Admirable"."

"...Sauron es un Ainu, uno de los Maiar, contado entre el séquito de Aulë, el herrero, por lo cual tenía altos conocimientos en este campo. Pero Sauron también tenía muchos otros poderes: el poder de cambiar su forma a la que quisiera, poder que utilizó para engañar a los Noldor más de una vez, y a los hombres de Númenor. También podía manejar los espíritus menores e invocarlos (de ahí tal vez el nombre de Nigromante o Hechicero), y también podía llamar espíritus malignos y meterlos dentro de criaturas monstruosas (de donde saca el nombre de Señor de los Licántropos; él mismo se transformó una vez en un lobo terrible). Podía crear ilusiones en las personas de mente débil, entre muchos otros poderes."

El mal nunca descansa, el mal siempre está intrigando, el mal utiliza todas las añagazas posibles... estad vigilantes ante el mal.
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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 7:55 pm

Exitieron algunos conventos de monjas templarias o Sorores Templi, los principales conventos de monjas templarias precisamente estuvieron enclavados en tierras borgoñesas.

Hay que tener en cuenta, aunque ello fuese raro, que hubo casos de mujeres que entraron en la Orden del Temple.
Por supuesto estas monjas Templarias no eran guerreras y vivían aparte de los frailes, estas monjas realizaban casi siempre trabajos de hospital aunque algunas veces se dedicaban a confeccionar los uniformes de los Caballeros; mantos, dalmáticas, mantas, etc. ( o lo que se considera trabajo de pañero) así mismo solían realizar trabajos de siembra y recogida de cereales o cuidado de ganado.
Solían almacenar todas las cosechas y los productos lácteos que fabricaban (Quesos, etc.) para enviarlos a los Caballeros de Tierra Santa.
Esta introducción de mujeres en la Orden del Temple también fue aceptada para recibir donaciones pero el peligro que esta situación podía ocasionar no escapó a nadie; la experiencia no tuvo continuidad y se precisó:

- "De aquí en adelante no sean aceptadas Damas por Hermanas"

Si bien las que ya habían entrado se mantuvieron como tales; Citemos a titulo de ejemplo el monasterio de mujeres Templarias que existía en Combe- aux- Nonnains, en Borgoña, y que dependía de la encomienda de Épailly. Citemos también la afiliación de la madre Inés, abadesa de Camaldules de Saint- michel del Ermo, y de toda su comunidad, a la Orden de los Templarios. Señalemos igualmente casos similares el Lyon, Arville, Thor, Metz, etc.

También ocurre lo mismo con "Azalais" una mujer del Rosellón, que se entrega en cuerpo y alma a Dios y a la Santa Caballería de Jerusalén, el Temple, "para servir a Dios y vivir sin bienes bajo la autoridad del Maestre". Para ello entrega como limosna su feudo de Villamolaque, con el consentimiento de sus dos hijos; "Y que Dios me conduzca hasta la verdadera penitencia y a su Santo Paraíso" (D´Albon, ídem, nº LXVIII- 1133).

Otro caso es el de la Señora Juana de Chaldefelde, esposa de Ricardo de Chaldefelde de Inglaterra, que profesó igualmente sus votos como Hermana del Temple ante Azo, Archidiácono de Wilshire. Azo la envió junto con un certificado a la Casa Sagrada del Temple: "teniendo en cuenta que había superado la edad en que podía levantar sospechas" (lees, op.cit., p. 10 y notas. B.M. Cotton Nero e 6, Fol. 267 circa 1189- 1193) lo más curioso es que la Señora Juana de Chaldefelde nos proporciona un claro ejemplo de una postulante que observa las formalidades de la regla Latina i.e., y que profesa sus votos ante el Obispo de la Diócesis, quien la envía ante el Maestre provista de un certificado.

En España tenemos constancia de un convento femenino en uno de los tramos del camino de Santiago, zona de Ponferrada allá a mediados del siglo XIII.
En Castilla-León tenemos tradiciones orales de la presencia de estas sorores templi: En Villar de Leches donde hubo una Virgen Negra, conocida como la Magdalena, habiendo dudas sobre su origen, diversos autores afirman que fue benedictino o tal vez hubo convento templario incluso de monjas templarias.

En el País Vasco,en Salinas de Añana (Alava) el convento actual de las monjas sanjuanistas parece ser que fue primero de la Orden del Temple acabando en manos de la Orden Hospitalaria tras la disolución de ésta.
Es tradición que convento de San Francisco de Tineo, Asturias, fue también convento de monjas templarias.

Si sirve también como dato, actualmente en España tenemos ya sólo cinco conventos de monjas hospitalarias: Sigena, Barcelona, Gandía, Zamora y Salinas de Añana.

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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 8:09 pm

Huizinga ha señalado cómoen el otoño de la Edad Media la muerte era la gran obsesion
de la gente’. En la literatura medieval la imagen de la muerte nunca se manifiesta
con tanta insistencia como en la segunda mitad del siglo xiv y en el siglo xv2, lo cual
no es sorprendente porque en aquellos tiempos se convivía con la muerte todos íos días,
debido a diversos factores como las continuas guerras (Francia: la Guerra de los Cien
Años [1337-1453]; España: las guerras civiles a raíz de la entronización de un Trastámara),
grandes hambres a consecuencia de las devastaciones del campo, malas condiciones
climáticas (excesivas lluvias y hielos), cosechas deficitarias y crisis económicas,
ergotismo3, enfermedades causadas por la subalimentación y, so>bre todo, las sucesivas
epidemias de la peste negra con sus terribles secuelas de mortandad. Esta situación queda
bien ilustrada por la oración «a bello, peste et fame libera nos»4.
Las reacciones ante tan desastrosa situación son muy diversas: había manifestaciones
de fanatismo religioso como la de los flagelantes, quecreían quela peste era un castigo
de Dios, o la de la Orden de San Pablo, cuyos miembros eran llamados los «Hermanos
de la muerte’>, y quese saludaban diciendo «Piense en la muerte, mi muy querido
hermano»5. Mientras tanto>, los ricos, para olvidarse de la terrible realidad, se abandonaban
a una vida de fiestas y placeres.
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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 9:17 pm

En Castilla:

Hay que remontarse a los comienzos del siglo XII para encontrar los primeros antecedentes de la Santa Hermandad, concretamente en Asturias, en 1115 a iniciativa de sus diputaciones se constituye una Hermandad para la persecución de malhechores y, de paso, poner fin "a las depredaciones, abusos y tropelías de los próceres y magnates".

Los titulares de los distintos reinos, con el paso del tiempo, concedieron y aumentaron los fueros de estas Hermandades de carácter local, como recurso para aumentar su autoridad, al tiempo que restaban de esta forma poder y atribuciones a las Órdenes militares y a la nobleza.

Para mantener la unidad de criterios y doctrina, se celebró en Valladolid, en 1295, una Junta de Procuradores de las Hermandades del reino de León, acordándose en ella lo siguiente: el pago al rey de las contribuciones en la forma usual; si alcaldes, merinos y señores feudales quebrantaban los fueros, los "hermanos" se unirían para defenderse; si las sentencias no eran justas y los fueros de la Hermandad quedaban lesionados, se reservaba el derecho de querella contra aquellos ante el Consejo, que recurriría ante el rey para revocación y nueva sentencia, con pago de gastos del fondo de bienes propios; si algún infanzón, "rico home" o eclesiástico se apoderase violentamente de bienes ajenos, bien la Hermandad o el Concejo, se levantarían contra él "para derribar su casa y talar sus bosques"; cuando algún señor feudal matase sin motivo a un miembro de la Hermandad sujeto a fuero, todos los Concejos se levantarían contra él, destruyendo sus propiedades y quitándole la vida "allí donde lo encontraren"; igual pena recibiría el juez que, sin previo juicio, condenase excesivamente a cualquier persona que con "carta del Rey" aplicase la justicia en beneficio propio, o exigiere impuestos abusivos.

En las Cortes de Toro, el 1 de diciembre de 1369, aparece por primera vez el cargo de juez y después la formación del tribunal propio de la Santa Hermandad, reconocimiento real y oficial de un hecho ya consolidado, y consecuencia directa de la presencia en los juicios de los dos "homes bonos" elegidos por Fernando IV para la administración de la Justicia. Dichos jueces y tribunal sólo juzgarían y condenarían a los delincuentes capturados por los miembros de la Hermandad, relevando a los cuadrilleros o jefes militares, responsables hasta entonces de dicha función, una vez obtenida la confesión de culpabilidad.

Cargos tan tradicionales como los de merino, adelantado y pertiguero, se desempeñarían por personas que, aparte de su competencia y honestidad personal ya probada, tenían que depositar en la tesorería de la Hermandad veinte mil maravedís de fianza, "para responder de sus excesos".

Durante el reinado de Juan II, de dio un impulso a la Hermandad de Toledo con la regulación de la forma de nombramiento de los alguaciles mayores y los cuadrilleros escogidos entre los "homes bonos" de Toledo y la forma en que debían desarrollarse las juntas generales, compuestas por doce hombres de a caballo y veintisiete de a pie, cinco cuadrilleros y tres ballesteros por cuadrilla. Todo hombre de a caballo, especie de fortaleza animada, llevaba para su servicio un lancero y un ballestero. La Hermandad daba de sus propios fondos ciento veinte maravedís a cada hombre de a caballo y veinte sueldos a cada cuadrillero en concepto de plus o sobrepaga, pues el estipendio ordinario era por cuenta de los pueblos a los que se les prestaban los servicios. Las juntas generales tuvieron lugar anualmente en Toledo, el día de la Virgen de Agosto, previa reunión de sus junteros, tres días antes, en la posada de Valdelagua.

Son los Reyes Católicos los que crearon la Santa Hermandad Nueva, cuya existencia de 1476 a 1498, marcó el comienzo del Ejército Real que en los años siguientes asombró en los campos de Europa. Ésta constituyó un eficaz instrumento en manos de los Reyes Católicos contribuyendo al fortalecimiento de la autoridad real y al mantenimiento de la justicia y el orden público, llegando su poder hasta el último rincón del reino. No hay duda de que los Reyes Católicos, personajes con un espíritu mucho más elevado que sus antecesores, tuvieron una visión muy diferente y supieron ensamblar la acción policial con la militar, apoyarse decididamente en el pueblo, darles efectiva protección y reducir al mínimo las ambiciones y poder de la nobleza. Nuevos conceptos y nuevas ideas precursoras, a fin de cuentas, del Renacimiento a punto de hacer su entrada en la historia. Alonso de Quintanilla, contador mayor de cuentas del Reino, en quién los Reyes Católicos confiaron la reorganización de la Santa Hermandad, y como resultado de la junta general de la misma, celebrada el 15 de Enero de 1488, organizó levas cuya fuerza se elevó á diez mil infantes, y entre ellos se eligieron trescientos espingarderos y setecientos piqueros. Se dividió este cuerpo en doce capitanías. Al propio tiempo, y a solicitud de D. Fernando y Doña Isabel, el 15 de octubre, la Hermandad de Vizcaya organizó otra fuerza compuesta de dos mil quinientos peones "encorazados", con armaduras de cabeza, con lanza y espada; y de dos mil quinientos ballesteros con sus aparejos, espada y puñal.

No dependía este ejército enteramente del gobierno, debido a sus fueros, pero nada tenia que ver con los prelados, ni con la gran nobleza, dotando a los Reyes de una superioridad decidida sobre las clases privilegiadas. Cada compañía constaba de setecientos veinte lanceros, ochenta espingarderos, veinte y cuatro cuadrilleros, ocho atambores, y un abanderado, contando cada compañía con 833 plazas. Había además un capitán general, un alcaide , un contador y un tesorero que junto con las plazas de las 12 compañías constituían las 10.000 plazas aprobadas. Los cuadrilleros, cabos de escuadra, tenían á su cargo, como subalternos de los capitanes, la instrucción, policía y disciplina , tanto en los aposentos y campos como en las marchas y orden de combate.

Las capitanías, tan pronto obraban aisladamente, tan pronto en combinación unas con otras. En este último caso, á la reunión de cierto número de ellas colocadas en línea al mando de un caudillo, se le daba el nombre de batalla, la cual se componía á veces de infantería solamente, y otras de caballería, si bien entraban por lo regular en su constitución tropas de ambas armas.

El traje de los soldados de la Hermandad era muy sencillo. Consistía en calzas de paño encarnado, en un sayo de lana blanca con manga ancha, y una cruz roja en el pecho y espalda; cubrían la cabeza con un casco de hierro batido, pero ligero, y su armamento se reducía a la lanza y a la espada pendiente del talabarte.

La figura número 1 de la adjunta lámina representa un Alférez con su enseña. La número 2 es un Tambor o Atabalero , y el número 3 un Lancero.

No se conservan banderas de la Santa Hermandad, aunque Clonard afirma haber visto dibujos de ella.
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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 9:27 pm

CARTA DEL PRÍNCIPE DE GALES A ENRIQUE TRASTÁMARA, poco antes de la batalla de Nájera:
~
«Eduardo, hijo primogénito del rey de Inglaterra, príncipe de Gales y de Guiena, Duque de Cornualles y Conde de Cestre:
Al noble y poderoso príncipe don Enrique, Conde de Trastamara:
Sabed que, en estos días pasados, el muy alto y muy poderoso príncipe don Pedro, rey de Castilla y de León, nuestro muy querido y muy amado pariente, llegó al principado de Guiena donde nós estábamos y nos hizo entender, que, cuando el rey don Alfonso, su padre, murió, todos los de los reinos de Castilla y de León le recibieron pacíficamente y tomaron por su Rey y Señor, entre los cuales fuísteis vós uno de los que así le obedecieron y estuvísteis gran tiempo en su obediencia.
-
Y dice que, despues de esto, ahora puede hacer un año, que vós, con gentes y fuerzas de diversas naciones, entrásteis en sus reinos y se los ocupásteis y os llamásteis Rey de Castilla y de León; y le tomásteis sus tesoros y sus rentas y le teneis su reino asi tomado y forzado y decís que lo defendereis de él y de los que le quisieren ayudar. Por lo cual, estamos muy maravillados de que un hombre tan noble como vós, hijo de rey, hiciéseis cosa tan vergonzosa contra vuestro rey y señor.
-
Y el rey don Pedro envió a contar todas estas cosas a mi señor y padre, el Rey de Inglaterra, y le requirió auxilio, lo uno por el gran deudo y linaje que las Casas de Inglaterra y Castilla tuvieron juntas (no olvidemos que Eduardo I de Inglaterra casó con Leonor de Castilla) y también por las ligas y confederaciones que el dicho rey Don Pedro tiene hechas con el rey de Inglaterra, mi padre y mi señor. Y conmigo, que le quisiese también ayudar a retomar su reino y cobrar lo que es suyo.
Y el rey de Inglaterra,mi padre y mi señor, viendo que el rey Don Pedro, su pariente, le enviaba a pedir justicia y derecho y cosa razonable a que todo rey debe ayudar, quiso así hacerlo y nos envió el mandato de que, con todos sus vasallos y valedores y amigos que él tiene, le viniésemos a ayudar y confortar según cumple a su honra.
-
Por esta razón nos encontramos aquí y estamos hoy en el lugar de Navarrete, que está en los términos de Castilla. Y porque, si fuese voluntad de Dios que se pudiese evitar tan gran derramamiento de sangre de cristianos como acontecería si hubiese batalla, de lo cuál sabe Dios que, a nós, pesará mucho.
Por ello, os rogamos y requerimos, de parte de Dios y del Martir San Jorge, que, si os place que nós seamos buen medianero entre el dicho rey Don Pedro y vós, que nos lo hagais saber y nós trabajaremos para que vós encontreis ventajas en sus reinos y en su buena gracia y merced, para que, honrosamente, podais vivir holgadamente y gozar de vuestro estado y condición. Y si algunas otras cosas tuviese que aclarar entre él y vós, con la merced de Dios, procuraremos ponerlas en tál estado que vós quedeis bien satisfecho.
Y si esto no os place y quereis que se libre la batalla, sabe Dios que ello nos desagradará mucho; sin embargo, no podemos excusar ir con el dicho rey Don Pedro, nuestro pariente, por el reino; y si algunos quisiesen obstaculizar los caminos a él ya nós, que con él vamos, nós haremos mucho con la gracia de Dios.
Escrita en Navarrete, villa de Castilla,a primero de abril.»



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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 9:38 pm

La Batalla de Nájera (algunas veces llamada Batalla de Navarrete) fue librada el 3 de abril de 1367 en las proximidades de Nájera, en una línea paralela al camino que iba al norte desde Alesón a Huércanos y Uruñuela. Actual Comunidad Autónoma de La Rioja.
Fue un episodio de la Guerra Civil de Castilla que enfrentaba al rey Pedro I de Castilla (El Cruel) con su hermanastro, Enrique de Trastámara, que pretendía el trono. El poderío naval de Castilla, muy superior al de Francia y al de Inglaterra, hizo que estas naciones, enfrentadas por entonces en el conflicto conocido como Guerra de los Cien Años, decidieran entrar en la guerra, cada una por una parte, para poder disponer de la Armada Castellana, en apoyo a su bando. Los oponentes fueron el ejército del rey Pedro, ayudado por fuerzas inglesas, mandadas por el Príncipe Negro y las tropas castellanas del aspirante al trono Enrique de Trastámara —luego Enrique II— ayudadas por contingentes franceses bajo las órdenes del condestable Bertrand du Guesclin. Nájera se saldó con una completa y catastrófica derrota del bando del pretendiente.
Pedro debió huir a Burdeos, donde se alió con el líder de las fuerzas inglesas —el renombrado Eduardo, Príncipe de Gales, conocido como el Príncipe Negro—, quien le garantizó su apoyo militar a cambio de que Castilla, una vez restaurado Pedro en el trono, combatiera junto a Inglaterra contra los franceses.
Con este fin, Eduardo comenzó a reclutar tropas para enfrentarse con Enrique: aparte de sus propios combatientes ingleses, reunió soldados de Gascuña y Aquitania. El hermano del príncipe, Juan de Gante, llegó de Londres con 400 caballeros y un gran número de arqueros armados con arcos largos. A estas fuerzas se sumaron grupos de soldados cedidos por el rey Jaime IV de Mallorca y numerosos mercenarios.
En febrero de 1367 Eduardo cruzó los Pirineos con su gran ejército —aproximadamente 24.000 hombres— y, habiendo sido informado de que el de Trastámara se encontraba en La Rioja , atravesó el Ebro por Logroño y pasó por la pequeña aldea de Navarrete siguiendo el camino que llevaba a Nájera.
Enrique ubicó a sus fuerzas dejando el río Najerilla a su espalda. A los ojos de los historiadores modernos, esta situación parece un grave error táctico, pero se presume que, con un gran estratega como du Guesclin al lado del pretendiente, ha de haber existido un motivo para ello, aunque hoy se nos escape su significado. Algunos expertos exponen la hipótesis de que Enrique y Bertrand creyeron que su mejor posibilidad de victoria descansaba sobre la caballería (error incesantemente repetido por los comandantes franceses en la Guerra de los Cien Años), en lugar de confiar en el enorme número de tropas de leva. Por eso intentaron proteger su retaguardia con el río, tratando de aprovechar la ventaja que sus jinetes fuertemente armados podían obtener de la llana y uniforme planicie que se extendía frente a ellos. No podían pensar en la derrota, ya que sabían que sus fuerzas superaban en número al enemigo por al menos 30.000 hombres.

Ejército anglo-castellano
La vanguardia anglo-castellana estaba comandada por Juan de Gante y compuesta por 3.000 infantes y 500 de los temibles arqueros ingleses armados con arcos largos.

El centro inglés se configuraba con 2.000 infantes y otros 2.000 arqueros en medio, bajo las órdenes del Príncipe Negro y Pedro I de Castilla. Los flancos estaban cubiertos por dos fuerzas similares al mando de Captal de Buch y sir Tomás Percy.

La tercera línea o retaguardia contaba con 3.000 infantes y 3.000 arqueros ingleses más, dirigidos por el rey balear y el conde de Armañac. En las tres líneas del ejército inglés, los infantes a pie iban en el centro y los arqueros en ambos flancos.


Ejército franco-castellano
La vanguardia del pretendiente se componía de 1.500 hombres de armas escogidos y 500 ballesteros, mandados por Du Guesclin.

El centro constaba de lo mejor de la caballería pesada, en el medio (1.500 jinetes) y grandes unidades de caballería ligera española en ambos flancos. La caballería ligera era de vieja tradición en los sistemas militares castellanos, y estaba concebida para las frecuentes escaramuzas con los árabes, a pesar de que la idea había sido abandonada por los demás ejércitos europeos de esa época. La parte central de la línea de jinetes estaba bajo el mando de Enrique.

La retaguardia incluía más de 20.000 infantes castellanos de diversos niveles de moral y entrenamiento: los había competentes y bien armados soldados profesionales, pero también buena cantidad de reclutas traídos a la fuerza que no tenían la menor intención de luchar.

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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 9:54 pm

Cuando el Príncipe Negro estuvo satisfecho con el dispositivo que había ordenado formar, mandó a todos los soldados que se apearan y enviaran las monturas a retaguardia para proteger a los animales.

Viendo esto, Bertrand dirigió a su vanguardia contra la parte central de la inglesa, pero, como era habitual en el conflicto anglo-francés, los arqueros ingleses dispersaron y masacraron a los ballesteros castellanos, de mucho menor velocidad de disparo. El combate se convirtió entonces en un cuerpo a cuerpo, lo cual impidió a los precisos arqueros utilizar las armas por miedo a herir a sus compañeros con fuego amigo.

Las fuerzas de Eduardo y Bertrand quedaron trabadas sin posibilidad de moverse, y así permanecieron durante el resto del combate, luchando mano a mano en varios grupos densamente unidos.

Cuando los flancos ingleses atacaron, la caballería ligera española se lanzó contra ellos. La idea era erosionar ambos lados y hacerlos retroceder para formar una «bolsa» donde encerrar a la parte central, para destruirla luego con comodidad mediante la caballería pesada.

Fue un grave error: si bien la táctica explicada había dado resultados muchas veces, siempre se había utilizado contra infantes armados de lanzas o ballesteros de lentísima recarga. Contra los letales arqueros ingleses se reveló desastrosa. A medida que los españoles se movían a lo largo del frente, echando atrás sus jabalinas y rehuyendo el combate singular, los arqueros de los flancos se cebaron en ellos ejecutando una gran carnicería. Al intentar retroceder para reorganizarse, los caballeros quedaron a la distancia que a los arqueros les resultaba más cómoda, y las bajas fueron aún peores.

Ante este desastre, la caballería pesada intentó atacar a los arqueros. Jamás consiguió llegar hasta ellos. Una nube de flechas terminó con animales y jinetes apenas comenzada su carga. Los pocos caballeros sobrevivientes huyeron del campo de batalla y el capitán Gómez Carrillo fue capturado.

Percy y De Buch decidieron capitalizar rápidamente la ventaja obtenida: reorganizaron sus fuerzas en un solo frente estrechamente unido y lo dirigieron hacia Du Guesclin, cuyas tropas estaban aún trabadas en combate con las de Eduardo. Avanzando hacia el frente, sorprendieron a los franceses por retaguardia mientras los arqueros lo hacían por la vanguardia. Otra parte de los arqueros, dando la espalda al combate, dirigieron sus armas hacia afuera para neutralizar un posible contraataque de la caballería ligera castellana.

No debieron esperar mucho. Enrique de Trastámara comprendió que la línea de Percy y De Buch debía ser rota inmediatamente o la derrota era segura. Tres veces los jinetes cargaron contra el enemigo, y tres veces las flechas de los arcos largos los rechazaron con horribles pérdidas.

Eduardo, avisado de la destrucción de la caballería enemiga, desplazó su división central hacia adelante para presionar aún más sobre Du Guesclin, a lo que la desesperación de Trastámara respondió enviando al lugar a sus masas de infantes. Una vez más, los arqueros ingleses se encargaron de evitar que llegaran adonde se los enviaba. Sin asustarse por la enorme disparidad numérica, los ingleses esperaron con increíble tranquilidad a que los infantes se pusiesen al alcance de las flechas y los rociaron con decenas de salvas mortíferas. Como resultado, los sobrevivientes se dispersaron y huyeron. Enrique, dándose cuenta de que todo había terminado, los acompañó en la desordenada fuga.

La caballería española pudo escapar por retaguardia, pero la infantería tenía un problema más grave: atrapada entre los ingleses y el Najerilla, sólo podían salvarse atravesando un angostísimo puente sobre el río. Para evitarlo, la retaguardia inglesa —intacta, pues aún no había entrado en combate— rodeó al grupo de Percy y atacó a los infantes enemigos. La mayoría de ellos murieron ahogados al arrojarse de las orillas, del puente o de una presa que embalsaba el río.

Du Guesclin sólo rindió sus armas cuando comprendió que el ejército español ya no existía. De los 2.000 hombres bajo su mando directo, 500 habían muerto y los 1.500 restantes se hallaban heridos. Du Guesclin fue capturado y liberado luego tras el pago de un cuantioso rescate.

La batalla de Nájera demuestra —una vez más— la superioridad de los arqueros ingleses armados con sus temibles arcos largos contra cualquier clase de fuerza que se les enfrentara. La singularidad de esta batalla fue que, por primera vez, tuvieron que enfrentarse a la caballería ligera, contra la cual se mostraron tan mortíferos y eficientes como siempre. Lamentablemente para los franceses, sus estrategas no aprenderían esta sangrienta lección hasta casi un siglo más tarde, y la insistencia en atacar frontalmente a los arqueros costaría todavía a Francia cientos de miles de muertos.

La mayor parte de los jefes de Enrique fueron capturados por los ingleses en Nájera, quienes los retuvieron para salvar sus vidas de la venganza de Pedro el Cruel. Aunque se suponía que Enrique había muerto, en realidad el medio hermano del rey había conseguido atravesar de nuevo el macizo pirenaico y llegar a Francia.

Como consecuencia de Nájera, Pedro I consiguió recuperar el trono de Castilla, y a continuación sometió el país a un enorme baño de sangre, con el cual se vengó de todos aquellos que habían apoyado a su hermano. Asimismo, se vio enfrentado a Eduardo de Lancaster, quien deseaba cobrarle una gran suma por la ayuda militar que le había prestado. Al no recibir el dinero que se le adeudaba, el inglés comenzó a negociar secretamente el reparto del territorio castellano entre Inglaterra, Aragón, Navarra y Portugal, retornando luego a sus ocupaciones en Aquitania.

Mientras todo esto sucedía, Enrique de Trastámara consiguió reunir por segunda vez un numeroso ejército francés y nuevamente cruzó las montañas para invadir Castilla. Esta segunda invasión culminaría en la Batalla de Montiel dos años más tarde, donde Pedro sería derrotado y luego asesinado por el propio Enrique.

Luego de la muerte de Pedro el Cruel, Enrique fue coronado bajo el nombre de Enrique II de Castilla y debió guerrear una vez más contra los ingleses, en esta oportunidad para recuperar los territorios ocupados como fianza por la ayuda prestada a Pedro: el Golfo de Vizcaya.

El drama español en la Guerra de los Cien Años no culminaría aquí: aún los descendientes de Enrique tuvieron que enfrentarse de nuevo a los ingleses en varias batallas, como la de La Rochelle y otras, entre 1372 y 1419.

La siguiente batalla Montiel...



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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 10:19 pm

Eduardo de Cornualles (1330-1376), hijo de Eduardo III de Inglaterra, era el heredero del trono inglés, aunque no llegó a ocuparlo al morir antes que su padre. Llamado Príncipe Negro a causa del color de su armadura, se distinguió en numerosas batallas de la guerra de los Cien Años, como la de Crécy (1346), cuando aún era un adolescente, o la de Poitiers (1356), en la que obtuvo una aplastante victoria contra los franceses.



En 1360 asumió el gobierno de Guyena, al que se dio el nombre de principado de Aquitania, estableciendo en Burdeos una verdadera corte real. En 1366, Pedro I acudió a él en busca de apoyo contra Enrique de Trastámara, que acababa de dominar Castilla. En virtud del tratado de Libourne, Eduardo vino a España con sus tropas y cooperó decisivamente en la victoria de Pedro sobre Enrique en Nájera. Disgustado por los excesos de Pedro, y desesperando de recibir las compensaciones acordadas previamente, regresó a Burdeos, abandonando a Pedro a su suerte. La campara española destrozó sus finanzas y su salud, y a su vuelta a Aquitania se enfrentó a continuas revueltas y al desafío de Carlos V de Francia. Volvió a Inglaterra, enfermo y abatido, en 1371, para morir pocos años después.

Curioso epitafio el que se encuentra en su tumba:

"Vos que pasáis en silencio por el lugar donde yace este cuerpo.

Escuchar lo que os tengo que decir:

Igual que sois, fui yo

y vos, seréis como yo soy.

Mientras viví, nunca pensé en la muerte.

En vida tuve grandes riquezas que me dieron gran notoriedad,

tierras, casas, grandes tesoros, finas prendas, caballos, plata y oro.

Pero ahora soy un pobre cautivo preso en las profundidades de la tierra."

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Mensaje por jafjaa Jue 02 Jun 2011, 10:27 pm

Precisamente el príncipe de Gales (Eduardo, el Príncipe Negro, en ese momento un adolescente) comandaba la primera división inglesa, que vio acercarse al ejército inglés con la Oriflama desplegada, signo de que no se harían prisioneros. Además de la disposición de arqueros en las alas, he leído acerca de la presencia de bombardas en el ala derecha de la división del príncipe, aunque estas armas no tuvieron un papel significativo en la batalla. Los ingleses habían dispuesto también reservas de munición para los arqueros y habían cavado en la franja de terreno inmediata un buen número de pequeños hoyos con estacas afiladas en su interior. Hablamos de agujeros no muy grandes, sólo lo suficiente para que quepa la pata de un caballo sin que se vea hasta el último momento. Esto parece ser una enseñanza aprendida por los ingleses durante las guerras de independencia escocesas (concretamente el primer día de Bannockburn la carga de caballería inglesa fue desbaratada en parte por esta táctica). Justo antes de comenzar los primeros movimientos tácticos, una sorpresiva y rápida tormenta veraniega descargó sobre el campo de batalla y, tan rápido como había llegado, se fue.

Es escamante cómo Felipe VI ordenó a los ballesteros genoveses, probablemente la fuerza más capaz de su ejército, adelantarse sin protección, sin apoyo de caballería y sin paveses. Los genoveses avanzaron hasta encontrar una posición de tiro eficaz (el tratado la concreta en unos 150 metros). Sin embargo hay varios aspectos a tener en cuenta:

–La lluvia caída en los instantes previos había afectado a la capacidad de tiro de las ballestas mientras que los arqueros ingleses habían mantenido sus cuerdas a cubierto. Además había reblandecido el terreno convirtiéndolo en un barrizal.

–La posición inglesa era más alta que el avance genovés, y además los ballesteros tenían el sol bajo y de frente.

–La infantería genovesa (bajo mando de Carlo Grimaldi y Otto Doria) estaba cansada tras la marcha forzada decidida por el rey francés, mientras que los ingleses llevaban ya un tiempo en su posición dedicados a reforzarla y a esperar. Se dice que los ballesteros avanzaron por el suelo embarrado teniéndose que parar hasta dos veces antes de alcanzar al definitiva posición de tiro.

–Aunque las fuerzas francesas eran numéricamente superiores, la unidad genovesa se encontraba en inferioridad frente a la división del príncipe de Gales. Se dice que Felipe VI confiaba en la profesionalidad de los genoveses y en la capacidad de sus ballestas para soslayar esta desventaja.

Una opción para explicar la decisión del Rey de Francia es la siguiente (y que conste que es cosecha mía):

A la vista del ejército inglés, firmemente asentado y en posición defensiva elevada, resguardados los flancos por las poblaciones de Crécy y Wadicourt, con el río Maye y el bosque cercano reforzando el flanco derecho inglés y la división del príncipe de Gales ligeramente adelantada, los exploradores franceses (el portaestandarte Mile de Noyers, Jean le Beaumont y Henri le Moine de Basle) presentaron a Felipe VI un panorama negativo. Sin embargo, como ya sabemos, los nobles franceses se debían pensar que iban a una fiesta o algo así, porque presionaron con obstinación para destrozar de inmediato a aquellos presuntuosos invasores. El Rey, viéndose incapaz de retener a su nobleza, se dio cuenta de que su propio ejército estaba lejos de formar una unidad capaz de batallar: la columna francesa ocupaba más de ocho millas de camino, de forma que un ataque inmediato implicaba necesariamente entrar en combate con gran parte del ejército fuera del campo de batalla. Por eso, y esta es mi conjetura, el rey francés envió por delante a los ballesteros para hacer tiempo.

Sin embargo sabemos que le salió mal la jugada. Tras la primera descarga de los genoveses empezó la lluvia de flechas inglesa. José Luis nos podrá calcular, aún por encima, cuántas veces pudieron los arqueros del príncipe de Gales disparar sus long bows antes de que los ballesteros estuvieran en condiciones de lanzar una segunda andanada. Los tratados de Osprey añaden a todo esto el nerviosismo genovés de verse como blancos de las bombardas (aunque supusieran poco más que ruido y humo) y la evidencia de ver sus filas sin refuerzo de caballería. Total, los ballesteros genoveses se dieron a la fuga.
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Mensaje por jafjaa Vie 03 Jun 2011, 12:12 am


El ejercito se levanto antes del alba. Era sábado 26 de agosto, y los hombres se quejaban del intempestivo frió. Se avivaron los fuegos, que se reflejaban en las cotas de malla y armaduras a la espera. La villa de Crézy había sido ocupada por el rey y sus gentilhombres, algunos de los cuales habían dormido en la iglesia, y eran estos mismos hombres los que aun estaban colocándose las armaduras cuando el capellán de la casa real llegó para decir misa. Se encendieron las velas, sonó una campanilla de mano y el sacerdote, haciendo caso omiso del tintineo metálico de las armaduras que llenaba la pequeña nave, pidió la ayuda de San Ceferino, San Gelasio y de todos los santos llamados Genesius, patrones de aquella jornada.

Los caballeros se acercaron al altar en sus camisas de lino para recibir los sacramentos. En el bosque, los arqueros se arrodillaban frente a otros curas. Se confesaron y tomaron el pan rancio y duro que era el cuerpo de Cristo. Se persignaron. Nadie sabía que ese día habría batalla, pero intuían que la campaña había llegado a su fin y que tendrían que pelear ese día o al siguiente.
Danos suficientes flechas, rezaban los arqueros, y teñiremos la tierra de rojo, levantaron sus arcos de tejo hacia los sacerdotes que los tocaron y les rezaron.

Se desenvolvieron las lanzas. Habían sido transportadas en caballos de carga o carros y apenas se habían utilizado durante la campaña, pero todos los caballeros soñaban con una batalla en condiciones en las que darían vueltas sobre sus caballos al compás del choque de lanzas y escudos. Los hombres más sabios y más viejos sabían que pelearían a pie y que emplearían espadas, hachas o alfanjes, pero aun así las lanzas pintadas salieron de los paños y cueros que las protegían de que se secaran al sol o se pandearan por las lluvias.
Los escuderos y pajes armaron a los caballeros, ayudándoles con las pesadas cotas de cuero, malla o de placas. Las cinchas se apretaron fuertes. Se cepillaron los destreros con paja mientras los herreros pasaban las largas hojas de las espadas por piedras de afilar. El rey había empezado a armarse a las cuatro de la mañana, se arrodillo y besó un relicario que contenía una pluma del ala del arcángel Gabriel y, una vez santiguado, le dijo al sacerdote que le llevara el relicario a su hijo.
El conde de Astarac, condujo a su caballo hasta la muchedumbre que rodeaba al rey. Vio a un ballestero con jubón verde y rojo, evidentemente el comandante de los genoveses, y le hablo en italiano.
¿Ha afectado la lluvia a las cuerdas?.
Mucho, admitió el cabecilla genovés. Las cuerdas de ballesta no se podían soltar como las de los arcos normales porque estaban demasiado tensas, así que los hombres se habían limitado a cubrirlas como buenamente pudieron bajo sus chaquetas. Deberíamos esperar hasta mañana, insistió, no podemos avanzar sin los paveses.
Los tambores empezaron a retumbar desde el lado francés del valle y se escuchó un gran griterío de guerra. Nada podía explicar aquel alarido; los hombres de armas seguían inmóviles y los ballesteros aun estaban lejos. Las trompetas inglesas respondieron, con un sonido dulce y claro desde el molino donde esperaba el rey y la reserva de hombres de armas. Los arqueros empezaron a estirarse y a dar patadas al suelo por toda la colina. Había cuatro mil arcos ingleses, tensos y listos, pero se dirigían hacia ellos al menos mil genoveses había miles de jinetes armados.
No llevan paveses, grito Will Skeat. Y tendrán las cuerdas húmedas. Una ballesta en buenas manos y nunca mejor que las genovesas, podía superar el alcance de un arco recto, pero no si la cuerda estaba húmeda. Además, esa ventaja no sería suficiente, porque costaba tanto volver a cargar una ballesta que un arquero podía acercarse lo necesario y lanzar seis o siete flechas antes de que el enemigo fuera capaz de disparar un segundo dardo; pero aunque fueran conscientes del desequilibrio estaban nerviosos. El enemigo era muy numeroso y los tambores franceses parecían enormes teteras de piel gruesa que retumbaban en el valle como el latido del propio demonio. La caballería enemiga avanzaba, ansiosa por espolear a sus monturas hasta una línea inglesa que esperaban acabara severamente diezmada por el asalto de las ballestas, mientras que los hombres de armas ingleses se reagrupaban para formar sólidas filas de escudos y acero. El metal entrechocaba y tintineaba.
Los ballesteros se detuvieron al pie de la colina inglesa y se colocaron en fila antes de cargar las ballestas. Thomas cogió su primera flecha y besó la punta supersticiosamente una cuña de acero ligeramente oxidada con la punta algo torcida y dos pronunciadas lengüetas. La deposito sobre su palma izquierda y encajo el extremo partido en el centro de la cuerda, enrollado con cáñamo para protegerlo del desgaste. Medio tensó el arco y se sintió reconfortado al comprobar la resistencia del tejo. La flecha descansaba dentro de la panza, a la izquierda del asidero y estiró los dedos de la mano derecha.
Un estallido de trompetas le hizo dar un brinco. No había tambor o trompeta francesa que no estuviera tocando, armando un ruido terrible que volvió a poner en marcha a los genoveses. Habían empezado a subir la ladera inglesa, sus rostros eran borrones blancos enmarcados en el gris de los cascos. La caballería francesa descendía por su colina, pero poco a poco y a trompicones, deteniéndose continuamente, como si intentaran adelantarse a la orden de carga.
Las ballestas adoptaron posición de disparo. Estaban muy inclinadas hacia arriba porque los genoveses confiaban lanzar una espesa lluvia de muerte sobre las filas enemigas. Tensad ordeno Skeat y Thomas sintió el latir de su corazón mientras estiraba la basta cuerda hasta la altura de su oreja derecha. Escogió un hombre de la fila enemiga, apunto directamente entre ese hombre y su ojo derecho, escoró algo a la derecha el arco para compensar la desviación del arma y alzó la mano izquierda y la movió un poco en esa dirección porque el viento venia de allí. No hacía mucho viento. No pensó en apuntar, fue todo instintivo, pero seguía nervioso y le había dado un calambre en la pierna derecha. La línea inglesa estaba completamente en silencio, los ballesteros gritaban y los tambores y trompetas francesas hacían un ruido ensordecedor. El frente genovés parecía una hilera de estatuas rojas y verdes. Seis mil dardos de ballesta iniciaron una parábola en el cielo.
HORA, dijo Will, con una voz sorprendentemente suave. Y las flechas volaron. La segunda flecha de Thomas ya estaba en el aire antes de que la primera hubiera alcanzado la altura máxima y hubiera empezado a caer. Cogió una tercera, entonces reparó en que había disparado la segunda presa del pánico y se detuvo para mirar el cielo encapotado, extrañamente cubierto de varillas negras, tan densas como una bandada de estorninos y tan mortales como halcones. No veía ningún dardo de ballesta; cogió su tercera flecha con a mano izquierda y escogió a un genovés. Escucho un extraño repiqueteo sordo que lo sorprendió y pudo ver que se trataba de la lluvia de dardos genoveses goleando la tierra junto a los hoyos para los caballos.
Y, un instante después, la primera andanada de flechas inglesas dieron en el blanco. Veintenas de ballesteros caían de espalda, incluido el que Thomas había seleccionado, así que cambió de hombre, tensó la cuerda hasta la altura de su oreja y la dejó ir.
MATADLOS grito Will. Los masacraron, los inmensos arcos subían y bajaban sin cesar, las flechas blancas azotaban el aire para acabar perforando cota de malla y tejido, convirtiendo el pie de la colina en un campo de muerte. Algunos ballesteros se retiraron cojeando, otros a gatas, y los que no estaban heridos reculaban más que cargar sus armas.
Apuntad bien, clamo el Conde. No malgastéis las flechas. Vocifero Will.
Thomas volvió a disparar, sacó una nueva flecha de la bolsa y busco un nuevo objetivo mientras su anterior flecha se desviaba hacia abajo y alcanzaba a un hombre en el muslo. La hierba alrededor de la línea genovesa estaba infestada de flechas que no habían dado en el blanco, pero estaban acertando más que de sobra. El frente genovés era menos numeroso, mucho menos numeroso, y no se oía otro ruido aparte de los gritos de los hombres que eran alcanzados y de los gemidos de los heridos. Los arqueros volvieron a avanzar, esquivando los hoyos, y volvió a derramarse colina abajo una marea de acero.
La carga ya estaba llegando a la fila de genoveses que habían muerto en la tormenta de flechas. Para Thomas, que miraba al pie de la colina, el ataque era un aluvión de gualdrapas y escudos brillantes, de lanzas de colores y banderines que luchaban por sobresalir, y ahora, dado que los caballos ya habían sobrepasado el terreno mojad, todos los arqueros podían oír que los cascos de los caballos armaban más ruido que los tambores. La tierra templaba de un modo que Thomas podía sentir las vibraciones a través de las suelas gastadas de sus botas. Tenía las plumas de la flecha junto a su boca, las beso y fijó la vista en un hombre que llevaba un escudo negro y amarillo. AHORA, grito Will. Las flechas se proyectaron hacia el cielo con un silbido. Coloco una segunda flecha en la cuerda, tensó y soltó. Una tercera, esta vez destinada aun hombre con un casco con forma de hocico de cerdo adornado con cintas rojas. Apuntaba en todas las ocasiones a los caballos, confiando en ensartar las afiladas puntas en las gualdrapas acolchadas para que se clavaran en lo más hondo de los pechos de las bestias. Una cuarta flecha. Podía ver los terrones de hierba y suelo volando por detrás de los primeros caballos.
La ladera entera se había convertido en una confusión de caballos relinchando, pezuñas al aire y hombres que caían a medida que las flechas iban dando en el blanco.
Un caballo tropezó con otro animal moribundo y se rompió la pata, pero los caballeros no paraban de azuzar a los caballos con las rodillas para conseguir que evitaran a las bestias heridas. Una quinta flecha, una sexta.
Las espuelas se hincaban hasta sacar sangre de los ijares. Toda la ladera parecía una pesadilla de caballos de ojos y dientes amarillos dándose empujones, de lanzas largas y escudos acribillados de flechas, de barro por el aire, estandartes salvajes y cascos grises con ranuras por ojos y hocicos por narices. Disparó y disparó, derramando flechas en la locura; con todo, cada caballo que caía tenía reemplazo y aún había un animal más detrás. Las flechas sobresalían de las gualdrapas, de los caballos, de los hombres, hasta de las lanzas y las plumas blancas cabeceaban a medida que la carga se aproximaba.
Y de repente los franceses ya estaban en los hoyos y un semental se partió la pata lanzando un relincho que destacó por encima de tambores, trompetas, entrechocar de armaduras y estruendos de cascos. Algunos hombres salvaron los hoyos, pero otros no pudieron evitarlos y cayeron con sus caballos. Los franceses intentaron detener sus bestias y llevarlos por un lado, pero la carga ya había empezado y los hombres que había detrás empujaban a los de delante hacia las zanjas y las flechas. El arco vibró en su mano y una de sus flechas atravesó la garganta de un jinete, rajando la cota de malla como si fuera tela y enviando atrás al hombre y a su lanza por los aires.
Solo un puñado de hombres consiguió alcanzar al enemigo. Ese puñado azuzo a los caballos en las últimas yardas y dirigió las lanzas contra los hombres de armas ingleses, que iban a pie, pero les recibieron otras lanzas apuntaladas en el suelo que se irguieron para perforar los cuartos delanteros de los caballos. Los sementales embistieron contra las lanzas, quedaron ensartados y arrojaron al suelo a los franceses. Los ingleses avanzaron para rematarlos a golpes de hacha y mandobles.
La mayor ventaja de un hombre montado sobre la infantería era la velocidad, pero a la carga francesas le había sido sorbida toda la velocidad. Los jinetes se veían obligados a ir al paso para sortear los cadáveres y los hoyos y no quedaba sitio para trotar antes de toparse con una sanguinaria defensa de hachas, espadas, mazas y lanzas. Los franceses asentaron golpes, pero los ingleses levantaron los escudos en alto y destriparon a los caballos o les rebanaron los jarretes. Los destreros acabaron por el suelo, relinchando, pateando y rompiendo piernas humanas en la caída, pero cada caballo que caía suponía un nuevo obstáculo y por muy fiero que fuera el asalto francés, no iba a conseguir romper la línea. Enemiga. Aún no había caído ningún estandarte inglés.
El conde de Northampton estaba utilizando una lanza rota como pica y hendió el asta astillada en el pecho de un caballo, sintió cómo la lanza resbalaba en la armadura oculta por la gualdrapa e, instintivamente, levanto el escudo. Le dio una maza, atravesando limpiamente con uno de los pinchos el cuero y la madera de sauce, pero el conde llevaba colgando la espada y soltó la lanza, asió la empuñadura de la espada y se la clavó al caballo en el jarrete, haciendo trastabillar al bicho. Liberó el escudo de la maza, dirigió el arma contra el caballero, que la paró, entonces un hombre de armas agarró el arma del francés y tiro de ella. El francés reculó, pero el conde le echó una mano y el hombre acabó gritando mientras caía a los pies de los ingleses. Una espada aprovechó el espacio descubierto por su armadura en la ingle y el hombre se dobló en dos. Una maza le aplasto el casco y allí quedo tendido, retorciéndose entre estertores, mientras el conde y sus hombres le pasaban por encima para seguir a tajo limpio con los que venían detrás, hombres o caballos.
ESPERAD. Gritaron y Thomas levantó la vista para ver que los jinetes estaban más cerca, mucho más cerca. Tensó el arco. Había disparado tanto que se le habían desollado los callos dedos con los que tensaba la cuerda, y las plumas de ganso, que le rozaban la piel cuando disparaba, le habían raspado la mano izquierda. Tenía los largos músculos de brazos y espalda doloridos. Estaba sediento. ESPERAD volvieron a gritar y Thomas relajo la cuerda unas pocas pulgadas. Los cuerpos desperdigados de los ballesteros habían roto el riguroso orden de la segunda carga, pero los jinetes ya volvían a reagruparse y ahora ya estaban a tiro. Pero conscientes de las pocas flechas con que contaban, querían precisión. Apuntad bien muchachos, vociferaron. No nos sobra ninguna flecha, así que apuntad bien. Cepillaos a los caballos. Los arcos se tensaron al máximo y la cuerda mordió los sensibilizados dedos como si fuera fuego.
AHORA. Y una nueva lluvia de flechas peino la ladera. Una segunda tanda salió silbando por el cielo y cuando las terceras estaban ya estaban en la cuerda, las primeras dieron en el blanco. Los caballos relincharon y daban marcha atrás. Los jinetes se estremecieron e hincaron de nuevo las espuelas, como si comprendieran que la manera más rápida de escapar de las flechas era cargando contra los arqueros Thomas disparó y disparó, sin pensar; solo buscaba un caballo, lo seguía con la punta acerada y soltaba. Tenso una flecha de plumas blancas y vio sangre en la cuerda de su arco: los dedos con los que disparaba estaban sangrando por primera vez desde que era un niño. Disparó y disparó hasta que se le quedaron en carne viva y casi lloraba de dolor, pero la segunda carga perdió cohesión en el momento en que las puntas acribillaron a los caballos y los jinetes tropezaron con los cadáveres del primer ataque.
No te va a pasar nada, muchacho le dijo una voz tranquila por detrás. Mantén el escudo en alto y ve a por el caballo.
Las lanzas chocaron contra los escudos y Thomas fue lanzado hacia atrás; un caballo le dio una coz en el hombro, pero el hombre que tenía detrás lo puso derecho y lo empujó contra el caballo enemigo. No tenía espacio para maniobrar con la espada y el escudo se le había empotrado en un costado.
LEVANTAD LOS ESCUDOS. Grito una voz y obedeció instintivamente, aunque se lo echaron abajo a golpes, pudo ver a su derecha una gualdrapa de colores vivos y un pie enfundado en malla, dentro de un gran estribo. Hinco la espada en la gualdrapa y en las tripas del caballo y el animal se dio la vuelta arrastrándolo, ya que todavía tenía la hoja ensartada por detrás.
Estampó su escudo con fuerza contra el hocico de un caballo, sintió un golpe de refilón en la espalda y la ensarto la espada en el flanco del animal. El jinete estaba peleando por su cuenta al otro lado del caballo y pudo ver un pequeño hueco entre la alta perilla de la silla y la cota de malla del hombre, así que levantó la espada y la hendió en el estomago del francés, escuchó cómo el rugido airado se convertía en un chillido y vio que el caballo se le venia encima.
Un francés clavo la punta de su escudo en el casco de un arquero inglés, hizo dar la vuelta al caballo, asestó una estocada a la espalda de un arquero, volvió a dar la vuelta y remato al primero, aún sorprendido, por el golpe del escudo.
Levantó la placa del pecho al caballero lo suficiente para que cupiera una espada, y ensartó su hoja en el pecho del hombre. CABRÓN grito, no tiene ningún derecho a matar arqueros, CABRÓN, giro la espada, la hinco un poco más y luego la sacó tirando de ella.

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Mensaje por jafjaa Vie 03 Jun 2011, 12:28 am

Efectivamente, tras quedar claro que los arqueros ingleses eran muy superiores a la agotada línea genovesa, los ballesteros mercenarios iniciaron una estampida hacia sus filas.


En la vanguardia del ejército francés, el conde de Alençon ordenó a su caballería formar para cargar contra la división del príncipe de Gales. Algunas fuentes sugieren que el conde consideró un acto de traición de los genoveses que se retiraran, por lo que mandó cargar a pesar de que los ballesteros supervivientes venían ahora hacia él. Tampoco hay que obviar el concepto de sí mismos que tenían los caballeros franceses y, sobre todo, el que tenían de un ballestero mercenario.

Armas del conde Carlos de Alençon, comandante de la vanguardia francesa.

La carga se produjo, y los caballeros franceses arrollaron a los restos de la unidad genovesa. Al mismo tiempo la lluvia de flechas disparada por los longbowmen ingleses comenzó a hacer blanco en caballos y jinetes, sembrando el campo de nuevos obstáculos. El remanente de la carga, recibiendo aún los disparos ingleses, se encontró con la colección de hoyos excavados previamente, y los pocos que alcanzaron las filas inglesas se tropezaron con las defensas de madera y con los hombres de armas enemigos, todos ellos desmontados, desbaratando el inexistente momentum. Una especie de leyenda heroica cuenta que el conde de Alençon pudo llegar a tocar el pendón del príncipe de Gales antes de caer muerto, pero es improbable por la nutrida escolta que protegía al joven Eduardo.


Juan de Luxemburgo, el Ciego, rey de Bohemia y conde de Luxemburgo, aliado de los franceses, comandó la segunda oleada de caballería. No hay que dejar de admirar el valor de este tipo que... ¡acudió al combate siendo ciego! Se dice que Juan ordenó a sus hombres que, tirando de las bridas de su montura, la guiaran hacia donde se hallaba el estandarte del príncipe de Gales. Esta carga halló más obstáculos que la anterior, obviamente, pero parece ser que consiguió abrir brecha en las líneas inglesas e incluso llegó hasta la posición del príncipe negro, aunque tan debilitados que fueron igualmente masacrados, Juan de Luxemburgo murió, naturalmente.


A estas alturas, viendo comprometida la posición del príncipe de Gales (se llega a decir incluso que fue herido), Northampton (comandante de la segunda división, a la izquierda de la del príncipe) le envía refuerzos comandados por el conde de Arundel.



Trece cargas más se sucedieron contra las líneas inglesas, la mayoría de ellas directamente hacia la división del príncipe de Gales. El rey de Inglaterra observó desde su posición la batalla mandando refuerzos sólo cuando eran estrictamente necesarios, y desde luego sin dejarse llevar por el cariño paterno a pesar de que su joven hijo se batía en lo más duro del combate (téngase en cuenta al leer esto que me baso en fuentes inglesas).

Felipe VI, rey de Francia, había perdido dos caballos en la batalla y había resultado herido leve en la mandíbula por una flecha inglesa. Su portaestandarte estaba muerto, el pendón real y la Oriflama habían sido capturados. Sólo el rey mismo con algo más de medio centenar de lanzas de caballería y las milicias de Orleáns resistían en el campo de batalla. Aparte de los nobles ya citados, el conde de Flandes y Nevers y el duque de Lorena cayeron bajo las armas inglesas.


Hacia el crepúsculo, Eduardo III dio orden de montar y avanzar a sus tropas en formación cerrada y a través del campo sembrado de hombres y caballos franceses muertos y heridos. Felipe VI fue convencido al fin para retirarse y se llegó hasta el castillo de Labroye, donde tuvo problemas para convencer a la guarnición de su identidad.

Eduardo III ordenó tajantemente a sus hombres que se abstuvieran de perseguir al enemigo, sabedor de que seguía habiendo fuerzas francesas en las inmediaciones y de que algunos contingentes no habían llegado a tiempo a la gran batalla pero podían presentarse en cualquier momento. Se dio la anécdota de que un grupo de unos 2000 franceses que llegaba tarde a la batalla acampó en las inmediaciones del lugar y fueron tomados por los ingleses como fuerzas propias durante cierto tiempo. Cuando unos y otros se apercibieron del error, los ingleses atacaron a los franceses. Por lo demás, Felipe VI ordenó ejecutar a los “traidores” mercenarios genoveses supervivientes.


Esta es una de las batallas que más me gusta por su desarrollo y porque enfrentó a dos reyes por cuyas venas corría sangre aragonesa:


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